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En el libro la casa de las dos palmas el autor da a conocer un poco de las características acerca de las mejores épocas de la creación colombiana.

La obra se desarrolla en una ciudad colonial como lo es santa fe de Antioquia, gente antioqueña que se ha distinguido por ciertas características en las nociones de la vida; en el manejo del amor y de la alegría; del comportarse frente a los problemas de la cultura, el hondo fluir de las existencias.

Hay en esta novela, una serie de rechazos a la violencia; a la actitud del clero; a las fuerzas negativas de incomprensión de la sociedad pueblerina; a la forma como un marido - símbolo de tantos otros - trata a su esposa, existe una reflexión honda sobre los caracteres de los habitantes del país.

En cuanto penetramos con afán de alcanzar claridad en cuál es el mensaje del autor, vamos puntualizando que abre muchas perspectivas en cuanto a diversas materias, que él penetra con conocimiento y, en otras, con la percepción intuitiva de un mundo muy complejo: lo referente a lo espiritual de los seres; sus relaciones intrafamiliares; lo que es banalidad circunstancial en los acontecimientos; lo que revela la profundidad de situaciones que tienen dramáticos llamamientos a la conducta de los seres.

En él hay un afán por reconstruir los viejos valores de una comunidad que los tenía bien organizados; la unidad familiar, el combate colonizador y el amor en sus diferentes formas de turbulencia y ternura delicada; la solidaridad de patronos y trabajadores; el juego de la imaginación en varios de los integrantes de su obra reluciente. El desorden de la colectividad no lo admite. Cuando se desborda o se desequilibra, busca que regrese a su cauce de normales conductas, no intervenir en vidas ajenas, a la novela la recorre el fantasmón de una maldición que pesa y determina el destino de la familia Herreros, está situada en una región de tierra fría, asistida de nieblas, frigidez que sobrecoge el espíritu, farallones que se levantan y se empinan sobre el paisaje y las almas. Unos ríos borrascosos, que combaten contra la dureza de las montañas, caminan entre abismos, rompiendo barrancos, lanzaPublicar entradando estrépitos líquidos entre insondables cascadas. Y con viento helado que traspasa la piel y los huesos.

Suceden multitud de hechos que coinciden en las instancias de la adversidad. Juan, el primero de los Herreros que se menciona, fue quien descubrió la mina. A este ejercicio, tan clásicamente antioqueño en su economía, no se hace referencia descriptiva.

Nunca sabremos con certeza cómo y cuál es la maldición. Ella aparece omnipresente en medio del turbulento mundo o en el suave declive del amor. En las reuniones de familia, la sentencia no se menciona. Pero pasan leyendas; vibran los diversos temperamentos; se escucha a los narradores campesinos; gozan de atención las copias, las trovas. En los días de diciembre, se ven elevar los globos; se toman, con unción, los musgos. El tiple, la guitarra, las voces cantarinas, elevan sus armonías vocales. Viene a primar, después, la noche, el silencio, la quietud del aire. El diálogo sonámbulo se desovilla mientras cae la lluvia lenta. O, también, cuando arrecian las aguas, descienden los rayos agresivos. En el horizonte entonces sólo se observa el resplandor que enciende las lenguas de fuego, en la noche. Se va uniendo, sutilmente, lenta y apasionadamente, a veces, dentro de una atmósfera de "tibia melodía", el afecto.

La maldición no se vuelve a mencionar. Pero caminan las desventuras. Juan Herreros no se casó con la que construyó la casa, que era el aliento soterrado de su alegría. Murió de lepra. Y la mina era pobre. Estas noticias, aparecen mencionadas muy lacónicamente.

Las metáforas son de una riqueza substancial. No son adornos transitorios en su prosa. Con ellas, lanza reflexiones sobre los más intrincados temas del universo. Tienen, además, una condición especialísima que debemos tratar de precisar. Mejía Vallejo, en esta novela, goza de una particularidad: la economía en los diálogos. Uno no lee coloquios permanentes. Pero con sus tropos, va dejando una serie de enunciados que reemplazan los coloquios, tan socorridos en el fabular. La particularidad de esas alegorías - para quien no vigile bien el curso de la novela es que parecen conversaciones de sus personajes. No lo son. Es una técnica que no se ha valorado en su particularísima dimensión, que le ofrece un carácter singularísimo a este escritor. Y la belleza de ellas, le dan un marco de dignidad a su vocación de fabulista.

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